Se priorizó el éxito individual por encima de la construcción familiar.
Se ridiculizó la maternidad temprana como un “fracaso” o un signo de falta de ambición.
Se hizo creer que siempre habría tiempo para todo, cuando biológicamente y emocionalmente no es así.
El resultado es que hoy muchas personas llegan a los 30 o 40 sin vínculos sólidos ni familia, y con la sensación de que “algo falta”.
Mientras tanto, el sistema está encantado: ciudadanos sin hijos, una sociedad débil, infantilizada, anestesiada y dependiente del Estado.