Asistimos a una proliferación de discursos popularizantes, arrogantes, que no pretenden verdad. Apelan al sentido común y al anti-intelectualismo. Marcan un regreso al pensamiento premodernista. ¿Su propósito? Expandirse ilimitadamente. A sus enunciadores les importa poco saber o no saber. Sí -y mucho-, el dogmatismo, tildar de herejes a quienes los discuten. Desde la polémica existen y desde ella confrontan negando la otredad. La otredad, un adversario, una adversaria, quien me interpela, sólo está para ser humillada: para ella nada salvo la denigración. La vida política es un escenario de fractura expuesta.