Ayer se cumplieron 15 años del salvaje desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik, aquel espacio nacido de la nada que, en cuestión de días, creció como un latido colectivo. Las primeras jaimas se levantaron casi en silencio, tímidas, como un gesto de dignidad que pedía permiso al desierto. Pero pronto se multiplicaron, se extendieron sin control posible, y acabaron formando un inmenso laberinto de vida, habitado por familias radiantes, por jóvenes esperanzados, por ancianos que reconocían en esa organización espontánea la memoria de su propio pueblo.
Durante un mes entero, aquel asentamiento estuvo rodeado por el ejército marroquí. Y aun así, dentro, se respiraba otra cosa. Un aire distinto, ancestral, que llevaba décadas secuestrado.
Por primera vez en mucho tiempo, los saharauis compartían su vida únicamente con otros saharauis. No había policía. No había ejército. No había colonos vigilando o condicionando cada paso. Ese vacío —esa ausencia de vigilancia y opresión— generó algo insólito: una dulce sensación de libertad en cada gesto cotidiano. Beber té, ir a por agua, conversar al atardecer, organizar turnos, debatir sobre el futuro… Todo adquiría un brillo nuevo, un peso simbólico. Cada acto era una afirmación de identidad. Una plenitud saharaui que hacía décadas que no podían experimentar en su propia tierra.
Ese mes en Gdeim Izik se convirtió en una proyección de lo que podría ser la independencia, una maqueta viva de un país libre. Y por eso dolió tanto cuando llegaron los golpes, los incendios, los arrestos, las torturas. Cuando el campamento fue arrasado con brutalidad, todos entendieron que no solo destruían jaimas, sino un sueño puesto en práctica.
Pero lo que quizá Marruecos no comprendió es que Gdeim Izik dejó una semilla imposible de arrancar. Una semilla de orgullo que hoy habita en cada saharaui, incluso en aquellos que vivieron el miedo, la derrota o la cárcel. Haber dirigido sus propios destinos, aunque fuese solo durante un mes, creó una sensación difícil de olvidar: la adicción a la libertad.
Si antes creían en su independencia, después de Gdeim Izik la tocaron con los dedos. Comprendieron que no era un ideal lejano, sino un horizonte real, tangible, inevitable. Y ahora saben —con la certeza profunda que da la experiencia vivida— que la lograrán.
✍️Fito AT
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