Lo que reveló la autopsia sobre los cuatro niños de Las Malvinas, que sus cuerpos estaban carbonizados, sin órganos, es aún más cruel de lo que pensábamos. Un nivel de barbarie que debería estremecer a todo un país, pero la indignación también la sepultaron. Y jamás hay que olvidar que el gobierno de Daniel Noboa guardó silencio. Ese silencio, en medio del horror y el dolor de sus familiares, lo vuelve cómplice.
Este Gobierno le ha dado la espalda a los niños pobres que para las élites nacen sin derechos. Son los niños de Las Malvinas, los neonatos que fallecieron por falta de medicinas, los que padecen insuficiencia renal y deben comprar un catéter de 200 dólares para poder vivir, los de Taisha, los que mueren como víctimas colaterales de la violencia que el Estado no controla, los que sufren abusos, hambre, miedo y silencio.
En este país, las infancias duelen. Y la crueldad no solo está en el crimen, sino en un Estado que decidió mirar hacia otro lado.