Las monjas agustinas de mi pueblo desaparecen. El suyo era un convento, pero también un centro escolar de educación infantil —parvulitos— donde yo fui escolarizado por primera vez en mi vida. Gracias a ellas, llegué a 1º de EGB con el mejor nivel académico que un niño de seis años podía esperar.
Pese a ser monjas, dedicaban su esfuerzo a la enseñanza. Si transmitían valores, lo hacían a través del ejemplo. Su sistema pedagógico —esfuerzo y perseverancia— ha sido condenado una y mil veces por anticuado, pero estoy completa y rotundamente seguro de que funciona muchísimo mejor que las majaderías actuales: acabé convertido en un hombre decente y académicamente solvente.
No tengo, por tanto, dudas: dame monjas retrógradas y aparta de mí a los pedagogues de medio pelo que ahora invaden las aulas.
Gracias por todo, hermanas. En el corazón os llevo.