Contra el dogma y el entusiasmo: hacia una política eficaz
por Iñaki Errazkin
Este artículo analiza dos tendencias recurrentes en los movimientos políticos contemporáneos (el dogmatismo ideológico y el espontaneísmo emocional) que, pese a sus diferencias, comparten una misma limitación: su incapacidad para construir poder transformador. A partir de una crítica a estas formas de acción, se propone una tercera vía basada en la eficacia política, entendida como la articulación de arraigo social, capacidad comunicativa, estructura organizativa, estrategia sostenida y autocrítica permanente.
Entre la lucidez y la impotencia
En el contexto actual de crisis estructural, polarización social y desafección democrática, la necesidad de una política transformadora se vuelve apremiante. Sin embargo, esa urgencia no siempre se traduce en eficacia. Numerosos movimientos e iniciativas, nacidos con vocación de cambio, se ven atrapados en formas de acción que, lejos de construir poder, lo disipan. Este artículo propone una reflexión crítica sobre dos polos que limitan la capacidad transformadora de la política: el dogmatismo ideológico y el espontaneísmo emocional. Frente a ellos, se plantea la necesidad de una política eficaz, capaz de articular teoría, emoción y estrategia en prácticas sostenibles.
El dogmatismo ideológico: la trampa de la coherencia
En ciertos sectores de la izquierda, la fidelidad a un marco teórico se convierte en un fin en sí mismo. Se privilegia la coherencia interna del discurso por encima de su capacidad de interpelar a las mayorías. El lenguaje se vuelve excluyente, la militancia se transforma en un ejercicio de reafirmación identitaria, y la acción política se reduce a la reproducción de una lógica interna.
Esta forma de activismo, aunque intelectualmente sofisticada, carece de capacidad de enraizar en las condiciones materiales de vida de la ciudadanía. Su desconexión con lo cotidiano la vuelve irrelevante. La lucidez teórica, sin capacidad de comunicar ni de sumar, se convierte en un lujo estéril. Como advirtió Gramsci, “el pesimismo de la inteligencia” debe ir acompañado por “el optimismo de la voluntad”; pero sin voluntad de construir poder, la inteligencia se convierte en melancolía.
El fugaz espontaneísmo emocional
En el extremo opuesto, encontramos movimientos que emergen desde la indignación, la emoción colectiva o el estallido social. Son potentes en su irrupción, pero débiles en su continuidad. Rechazan toda forma organizativa, idealizan la horizontalidad como principio absoluto, y confían en que la autenticidad emocional bastará para sostener el conflicto.
La experiencia de las últimas décadas demuestra que sin estructuras de continuidad, la energía se disuelve. La emoción inicial no basta. La política requiere tiempo, estrategia, y capacidad de sostenerse más allá del momento. La horizontalidad, sin mecanismos de articulación, se convierte en dispersión.
Eficacia política: una tercera vía
Frente a estos dos extremos, se impone una tercera vía: la política eficaz. No se trata de renunciar a la pasión ni a la teoría, sino de ponerlas al servicio de una estrategia transformadora.
La eficacia política implica:
-Arraigo territorial: presencia en los espacios donde se vive la vida cotidiana, construcción de vínculos duraderos con comunidades concretas.
-Capacidad comunicativa: uso de un lenguaje que interpele, emocione y movilice sin excluir ni simplificar.
-Estructura organizativa: formas de acción sostenibles, flexibles pero duraderas, capaces de resistir el desgaste del tiempo.
-Estrategia: pensamiento en términos de correlación de fuerzas, acumulación de poder y construcción de hegemonía.
-Autocrítica: ejercicio constante y reflexivo de cuestionar las propias prácticas políticas para evitar la rigidez dogmática o la dispersión emocional, asegurando que la eficacia se adapte a la realidad cambiante y acumule poder transformador sin estancarse en fórmulas inertes.
La eficacia no es sinónimo de pragmatismo vacío ni de renuncia a los principios. Es la forma en que los principios se encarnan en prácticas capaces de transformar la realidad. Es la política entendida como arte de lo posible, pero también como construcción de lo deseable.
Conclusión: transformar sin perderse
La transformación social no se logra ni con dogmas ni con emociones fugaces. Requiere una combinación de lucidez, arraigo, organización, estrategia y autocrítica permanente. Requiere una política que no se conforme con tener razón ni con movilizar afectos, sino que aspire a construir poder real. Solo así podremos pasar de la denuncia a la propuesta, del gesto simbólico a la transformación concreta.