Con la aparición del lince blanco todo el mundo habla de “señales”. Sea lo que sea, me da igual, a los pueblos les deben hablar los símbolos. El lince, nuestro símbolo ibérico, pasó de rozar la extinción a volver con fuerza cuando nos pusimos serios y superamos los problemas que habíamos creado nosotros mismos. Cuando España decide y actúa, España renace.
España no debe ser nostalgia, debe ser trabajo. Renacer implica decisión y disciplina. Tener hijos y educarlos, abrir talleres y fábricas, cuidar el campo y el monte, trabajar la tierra y producir alimento, levantar tanto templos como bibliotecas, aprender oficios, ayudar al vecino, luchar por la dignidad del trabajador, rezar si crees y honrar a tu familia y a tu comunidad, siendo un miembro activo y positivo de tu entorno cercano. Menos lamento, más deber y respeto por los valores que nos han hecho grandes y que cada vez nos dejan más solos en un mundo en llamas.
De Las Navas a Lepanto, del Nalón al Guadalquivir: somos un país que vuelve siempre. Lo que nos mata no son los enemigos, es la desidia y la endofobia, la sombra nefasta de la guerra civil, el creernos menos de lo que somos, de lo que hemos sido y de lo que, con ayuda de Dios y con dos cojones, seremos. El lince blanco no es un amuleto, es un recordatorio.
Que cada uno haga su parte y que España despierte.
Que brille la excelencia, el orgullo sereno y la responsabilidad diaria.
El lince ha vuelto, que vuelva también nuestra voluntad.
España se levanta si tú te levantas, armado con los valores que nos han hecho españoles.
¡Santiago y cierra...!