El rehén liberado Segev Kalfon lo recuerda todo.
Cada latigazo de correa, cada golpe con la culata de un fusil, cada vez que las esposas se cerraban sobre sus muñecas amoratadas.
🔻“Antes de darnos comida, apagaban la luz por un segundo y la volvían a encender. Esa era la señal para salir a buscarla. A veces caminábamos trescientos metros, solo para que nos dijeran: ‘No hay comida, volved’.
🔻Otras veces eran unas pocas semillas negras que debíamos compartir. O un gran caldero que, al abrirlo, tenía solo una fina capa de sobras pegadas al fondo.”
🔻“El agua que bebíamos tenía pequeños peces nadando. La filtraba con una gasa. El arroz estaba lleno de gusanos; cerrabas los ojos y comías. Lo llamábamos proteína.
🔻Luchábamos por papel higiénico: un solo rollo para seis personas… una vez al mes.”
🔻“Estábamos tan débiles que todos llegamos a desmayarnos junto al pozo donde hacíamos nuestras necesidades.
🔻Vivíamos con apenas un uno por ciento de esperanza de que todo aquello terminara algún día.
Cada día nos susurraban: ‘Netanyahu no os quiere. Estaréis aquí años’. Esas palabras te queman el cerebro.”
🔻“Un día nos ordenaron elegir quién debía morir. Tres ejecutados. Tres heridos de bala en las piernas.
Rogamos, lloramos. Él agitaba su arma gritando: ‘¡Elegid!’
La tortura duró seis horas. Desde entonces, cada vez que la luz parpadeaba, el terror volvía.”
🔻“Pensé en escapar. Incluso tracé mi ruta.
Pero mis compañeros me lo impidieron.
Era un muerto caminando. Enterrado vivo bajo tierra. Un cadáver que aún respiraba.”
Monstruos.
El testimonio de Segev Kalfon es un retrato descarnado del horror que sufrieron los rehenes israelíes en manos de Hamás —y de la fuerza sobrehumana que hizo falta para seguir con vida.
El rehén liberado Segev Kalfon lo recuerda todo.
Cada latigazo de correa, cada golpe con la culata de un fusil, cada vez que las esposas se cerraban sobre sus muñecas amoratadas.
🔻“Antes de darnos comida, apagaban la luz por un segundo y la volvían a encender. Esa era la señal para salir a buscarla. A veces caminábamos trescientos metros, solo para que nos dijeran: ‘No hay comida, volved’.
🔻Otras veces eran unas pocas semillas negras que debíamos compartir. O un gran caldero que, al abrirlo, tenía solo una fina capa de sobras pegadas al fondo.”
🔻“El agua que bebíamos tenía pequeños peces nadando. La filtraba con una gasa. El arroz estaba lleno de gusanos; cerrabas los ojos y comías. Lo llamábamos proteína.
🔻Luchábamos por papel higiénico: un solo rollo para seis personas… una vez al mes.”
🔻“Estábamos tan débiles que todos llegamos a desmayarnos junto al pozo donde hacíamos nuestras necesidades.
🔻Vivíamos con apenas un uno por ciento de esperanza de que todo aquello terminara algún día.
Cada día nos susurraban: ‘Netanyahu no os quiere. Estaréis aquí años’. Esas palabras te queman el cerebro.”
🔻“Un día nos ordenaron elegir quién debía morir. Tres ejecutados. Tres heridos de bala en las piernas.
Rogamos, lloramos. Él agitaba su arma gritando: ‘¡Elegid!’
La tortura duró seis horas. Desde entonces, cada vez que la luz parpadeaba, el terror volvía.”
🔻“Pensé en escapar. Incluso tracé mi ruta.
Pero mis compañeros me lo impidieron.
Era un muerto caminando. Enterrado vivo bajo tierra. Un cadáver que aún respiraba.”
Monstruos.
El testimonio de Segev Kalfon es un retrato descarnado del horror que sufrieron los rehenes israelíes en manos de Hamás —y de la fuerza sobrehumana que hizo falta para seguir con vida.