Trump lo dijo sin filtros: “Nosotros no perdemos guerras. A veces, ni siquiera luchamos para ganar. Nos quedamos en un país durante 15 años, bombardeando a todo el mundo sin piedad, haciéndoles la vida imposible. Nadie sabe por qué estamos allí.”
Esa frase es una confesión y una advertencia. Resume el absurdo de un imperio que convierte la guerra en rutina y la destrucción en política de Estado. Es la constatación de que Estados Unidos ha perdido todo sentido de humanidad y propósito.
Bombardean sin saber por qué, ocupan países sin justificación, siembran miseria donde dicen llevar democracia. Esa es la verdadera tragedia: un poder que actúa sin causa, sin conciencia y sin límites.
El mundo no puede seguir aceptando esta normalización del horror. Es hora de que las naciones despierten y dejen de ser cómplices de un sistema que vive de la muerte. Darle la espalda a Estados Unidos es un acto de lucidez y defensa de la vida.