Fallarás no ha escrito un artículo de opinión, sino un catecismo moral y autoritario.
Lo que propone no es un debate, sino la pura extinción del adversario. Es decir, no hablarle, no sentarlo en una tertulia y no tolerar su existencia en el espacio público.
Es un planteamiento que olvida lo esencial, que la democracia no consiste en que una mitad de la sociedad declare ilegítima a la otra, sino en que ambas coexistan bajo un marco común de leyes y derechos.
Llamar fascista a quien pide controlar los flujos migratorios o exigir integración cultural no es un argumento, es una etiqueta diseñada para clausurar cualquier discusión. No explica, no persuade, solo anula. Y lo más irónico es que este método recuerda precisamente a los sistemas totalitarios que Fallarás dice combatir.
Comparar las propuestas de Vox con el nazismo no solo es intelectualmente pobre, es una falta de respeto histórico. El nazismo no consistió en pedir orden en la inmigración, sino en industrializar el exterminio de millones de personas por razones étnicas y biológicas.
Reducir esa monstruosidad a cualquier política que incomode a la izquierda trivializa los crímenes del Tercer Reich y convierte el Holocausto en un mero argumento retórico.
Además, ¿por qué callan cuando Dinamarca, Australia o Alemania endurecen sus políticas migratorias y expulsan a extranjeros reincidentes en delitos graves? ¿Son también nazis? El comodín pierde fuerza cuando la coherencia se pide para todos.
Fallarás va más allá de criticar a Vox. Exige cortar lazos con amigos, familiares y colegas que les voten. Aquí se muestra la lógica puritana totalmente criticable, la de la obsesión por limpiar la sociedad de "pecadores" y la incapacidad de convivir con la diferencia.
Pero el voto no es un pecado, es una expresión política que refleja preocupaciones reales, aunque no coincidan con las de uno mismo.
Hay barrios en España donde la presión migratoria ha disparado los alquileres, saturado los servicios públicos y aumentado la delincuencia en cifras verificables:
- En lo que llevamos de 2025, el 53 % de los feminicidios fueron cometidos por hombres extranjeros (15 % de la población).
- El 90 % del crecimiento de la demanda de alquiler en los últimos años viene de población inmigrante (INE).
- Solo se ejecuta 1 de cada 4 órdenes de expulsión de inmigrantes ilegales (Ministerio del Interior).
Hablar de estos datos no es odio, es describir un problema que las élites urbanas no sufren, pero que sí condiciona la vida de millones en barrios populares.
El problema de Fallarás es que prohibir al adversario hablar, reunirse y ser representado sí es fascismo en estado puro.
El fascismo no siempre llega con botas, a veces llega con hashtags y manifiestos que exigen cordones sanitarios.
Quien pide censura porque no puede rebatir con argumentos está confesando que su supuesta superioridad moral es solo un disfraz para el miedo a perder la hegemonía cultural.
Fallarás no propone combatir las ideas de Vox, propone que dejen de existir. Pero su error es triple: político, porque niega la mitad de la sociedad, filosófico, porque confunde pluralismo con virtud, y estratégico, porque el ostracismo alimenta el voto de protesta que pretende frenar.
Si de verdad cree en sus ideas, que las defienda con datos, con lógica y con hechos. No con anatemas que hacen de la discrepancia un delito y de la crítica un acto de herejía.
Porque la libertad no consiste en hacer callar al otro, sino en tener la capacidad de convencerle.