Artesano del 3D. A veces pienso, y ni yo mismo estoy de acuerdo conmigo... Retrato mis miserias, pero soy un rebelde, arranco los tapones de las botellas.
Estás parado en un semáforo y puedes observar la maravillosa imagen de una mujer que aprovecha la parada para pintarse los ojos.
Y en el siguiente semáforo se pinta los labios, en un ritual que intuyes acontece todos los días.
Al otro lado de la calle, un hombre se saca un moco.
Hoy, en “Reflexiones impresionantes de la sabiduría popular que escuché vagando por la España vaciada”, os traigo:
«Que Alá, ni Buda, ni gaitas; no creo en Dios, que es el verdadero, ¡voy a andar creyendo en bobadas!»
Continuando con mis recomendaciones de libros imprescindibles para un fin de semana absolutamente lamentable, hoy os traigo la obra máxima del doctor Tolito, un auténtico especialista en todo lo concerniente al amor en todas sus expresiones. Un libro imprescindible, no sé en qué.
Si en el minuto 62 crees que Raúl va a marcar en el 89 de penalty, no estás loco.
Loco estarías si esa creencia te llevara a despreciar lo que pase hasta el minuto 89, en lugar de activarte y vivirlo con intensidad.
Pues así con todo, incluido Dios.
En mis lamentables experiencias moteras, ser gracioso siempre acababa siendo un problema. Recuerdo que Iba a dejarme probar su moto.
—Aquí la tienes, pero ten cuidado, que está la primera engranada.
—¿Y no podías dejarme la primera más cerca?
—Quita, bobo, que no me fío de ti.
Desde niño me educaron en el noble arte de admirar las virtudes ajenas. Esto hace que muchas veces tenga que andar dando explicaciones a diestro y siniestro para no parecer un maldito adulador. A cambio, cuando digo que algo me parece envidiable, casi siempre es pura retórica.
De noche, apoyado en la barandilla mirando al horizonte, veo luces de viviendas, y siento que tras una de aquellas luces tiene que haber alguien como yo.
Y a lo mejor ese alguien está mirando también y piense que probablemente aquí haya alguien como él.
Y sonreirá.
Sonreímos.
Estudiar, razonar y criticar los males de la sociedad y de nuestro mundo, me parece algo encomiable. Pero entender y aceptar nuestras propias miserias creo que debería ir dos pasos por delante.
Estábamos en una curva esperando ver pasar los coches, y enfrente teníamos a un montón de jóvenes lugareños haciendo bromas. No sé cómo, pero de pronto uno dijo no sé qué de mucha agua, y fue cuando les gritó: “¡El mar, imbécil, el mar!”. Si lo cuento es porque sobrevivimos.
Cuando los políticos discuten de manera acalorada es que las cosas van mal. Si se ponen de acuerdo en algo, entonces ten por seguro que la cosa ya no tiene arreglo.