En Pamplona la situación es cada vez más preocupante. Incluso zonas que históricamente se consideraban seguras, donde vive gente con más recursos o que deberían ser barrios tranquilos, poco a poco se están descontrolando. No es algo aislado: es un proceso constante de deterioro de la seguridad y de la convivencia en espacios públicos.
La Parte Vieja, que antes podía ser un lugar de paseo o de vida nocturna tranquila, hoy en día se ha vuelto especialmente peligrosa por la noche. Las calles que antes eran animadas y seguras se han convertido en lugares donde cualquier persona puede sentirse intimidada o insegura. Pero no solo allí: otras vías importantes de la ciudad, como Avenida Zaragoza o Marcelo Celayeta, también registran incidentes diarios con estas personas. Hablamos de 5 o 6 conflictos o altercados cada día, algo que se ha vuelto habitual y normalizado, y que genera una sensación de inseguridad constante en los vecinos.
La presencia de mujeres con hijab o burka es cada vez más común en estas calles. No es solo un tema cultural: es un reflejo de un entorno social que ha cambiado y que, para muchos, provoca incomodidad y miedo. La “gentuza rara”, como se podría llamar, está haciendo que salir a la calle deje de ser algo trivial. El simple hecho de caminar por ciertos barrios provoca tensión y alerta constante: no sabes si alguien puede cruzar los límites del respeto y generar un conflicto.
Lo más alarmante es que esto se ha normalizado. La gente que trabaja duro para ganarse la vida, los que simplemente quieren ir a hacer la compra o pasear por la ciudad, tienen que enfrentarse a esta situación todos los días. La inseguridad ya no es solo percepción: es real y constante. Hay miedo, incomodidad, desconfianza, y la sensación de que ciertos espacios públicos ya no son para todos, sino ocupados por personas que actúan con impunidad y saben que su presencia genera alarma.
Pamplona, como otras ciudades, está cambiando. Calles que antes eran tranquilas se sienten hostiles. Vecinos que deberían poder vivir con normalidad se ven obligados a adaptar su comportamiento, a estar en alerta, a evitar ciertos lugares a ciertas horas. Esto no es algo pasajero ni marginal: es un problema estructural que afecta la convivencia, la libertad y la seguridad de todos. Y mientras algunos lo normalizan, la sensación de inseguridad sigue creciendo, día tras día, incidente tras incidente, hasta convertirse en una amenaza palpable en la vida cotidiana.