El liberal español tiene fe. Fe ciega. Es creyente. Cree en un dios sin iglesia: el Mercado. Un dios que, si lo dejas actuar, convierte el agua en vino, el ladrillo en oro y al mileurista en propietario. Para estos señores cualquier normativa que proteja al español de a pie es "estalinismoperonistamaduro"; pero si un fondo de Dubai compra el bloque de tu abuela para ponerlo en Airbnb, no pasa nada, es la mano invisible acariciándote la carita.
El liberalismo ha hecho del egoísmo una virtud, del protestantismo ideología económica, y quiere hacer de la patria una hoja de cálculo. Quiere que España sea un bazar donde el que más paga manda, aunque venga de Qatar o de Miami. Quiere que nuestros jóvenes sean camareros de alemanes en su propia tierra, inquilinos eternos de ingleses en el suelo que sus abuelos labraron.
No quieren Estado, dicen. Mentira. Quieren un Estado que les cuide el negocio y les limpie la puerta. No quieren patria; quieren un paraíso fiscal. No quieren libertad para todos, quieren libertad de usura; mientras te hablan de meritocracia, cuando su único mérito es haber nacido con piscina en la urbanización.
Por eso, cuando alguien, como
@CarlosHQuero sale y dice que la “mano invisible” se ha convertido en la "garra visible" del fondo buitre, el liberal entra en pánico. Porque lo que teme no es la intervención: es el espejo. El espejo donde se ve lo que siempre fueron: devotos sin Dios, adoradores de una divinidad que no existe. El hijo más acabado de la política exterior inglesa. Fundamentalistas de la nada. Un felpudo acomplejado de calvinistas que quiso nacer en la City pero nació en Móstoles.
El liberal español es, al final, el primo pijo del progre: los dos creen en milagros. Uno, en el Estado que lo arregla todo; el otro, en que el mercado lo arregla todo, y la realidad es que al final, los dos te dejan sin casa.