Y de pronto llegas a una edad en la que comprendes
que la vida no se trata de acumular, sino de soltar.
Que no todo merece una respuesta, ni todos los caminos conducen donde tu corazón quiere ir.
Empiezas a entender que la verdadera madurez
no está en saberlo todo, sino en aceptar que no puedes controlarlo todo.
Ya no buscas brillar para otros, sino iluminarte por dentro. Ya no te preocupa tanto quién se queda o quién se va, porque sabes que todo encuentro tiene su enseñanza y toda despedida su bendición escondida.
Y así, sin darte cuenta, empiezas a vivir con más calma, más fe y más amor, porque descubres que lo que realmente importa nunca estuvo fuera, sino dentro de ti.
Vía Tata Arbeláez