Hay más evidencia histórica de la Resurrección de Cristo que de muchos acontecimientos que la humanidad acepta sin dudar.
Por ejemplo, nadie cuestiona que Sócrates existió, aunque no dejó nada escrito y solo lo conocemos por los textos de sus discípulos.
En cambio, la Resurrección fue atestiguada por docenas de testigos oculares, documentada en múltiples fuentes y confirmada por el crecimiento imparable de la Iglesia naciente.
El problema nunca ha sido la falta de pruebas, sino la resistencia a Dios: reconocer que Jesús resucitó implica reconocer que Él es Dios.