El Premio Nobel de la Paz concedido a María Corina Machado es mucho más que un reconocimiento personal: es una reivindicación universal de la libertad frente al totalitarismo. En una Venezuela sometida por más de dos décadas a la satrapía chavista, Machado encarna la resistencia cívica contra la mentira institucionalizada, contra el socialismo que llama “paz” a la represión y “justicia social” al saqueo. Su premio no celebra la victoria de una mujer, sino la dignidad de un pueblo.
Mientras Nicolás Maduro continúa hundiendo al país en la miseria moral y material, María Corina levanta la bandera del liberalismo democrático, de ese ideal que cree en la responsabilidad individual, en el mérito, en la propiedad y, sobre todo, en la verdad. Frente al comunismo dogmático que necesita del miedo para sostenerse, Machado propone una ética de la esperanza y de la reconstrucción. Su voz, inquebrantable incluso ante la persecución y el destierro político, recuerda al mundo que a la libertad no se accede mendigando, sino por derecho de conquista.
El contraste entre ambos mundos —el de la opresión chavista y el de la democracia liberal— es hoy más evidente que nunca. Mientras el régimen de Maduro se apoya en el fraude, el silencio cómplice y la propaganda, Machado representa el coraje civil de quienes no se resignan a vivir arrodillados.
Este Nobel debería también interpelar a las democracias occidentales, muchas veces tibias o silenciosas ante la barbarie venezolana. O, como en el caso de España, directamente cómplices y beneficiarias. Porque callar ante la injusticia es ampararla y María Corina Machado nunca calló. Por eso hoy el mundo libre la honra. Por eso hoy la oposición venezolana, a través de su ejemplo de sacrificio y esperanza, se ha convertido en faro de libertad para todos.