Soy alemana, y cada diciembre llevo a nuestros hijos a Alemania para visitar a la familia y disfrutar de los mercadillos de Navidad. Es una de las épocas más bonitas del año: las luces, el olor a vino caliente y canela, la música, la gente feliz, el patinaje sobre hielo. Mis hijos lo adoran, y para mí siempre ha sido una forma de volver a casa.
Por eso me pone muy triste - y también me da mucha rabia - leer que algunas ciudades están cancelando sus mercados porque el coste del "terrorismo y la seguridad" es demasiado alto.
Abrimos nuestras fronteras con buena fe, con el corazón y con la culpa de nuestro pasado, para ayudar, para dar refugio a los que huían de la guerra. Pero ahora vemos cómo el miedo y la inseguridad están acabando con nuestras propias tradiciones, con lo que era símbolo de alegría y comunidad. Y sí, es triste. Porque aunque no los cancelen, ya no vas como antes… vas con otra sensación, más tensa, más preocupada.