En 1977, una joven australiana llamada Jane Gillespie, de Sídney, emprendió la búsqueda de algo diferente: una chispa de aventura que la llevara lejos de lo ordinario. Jamás pudo imaginar que un breve viaje a la isla indonesia de Bali cambiaría el rumbo de su vida para siempre.
En el sereno pueblo de Ubud, donde las terrazas de arroz brillan bajo el sol tropical, Jane conoció a un hombre como ninguno que hubiera visto antes: Tjokorda Raka Sukawati, un príncipe balinés descendiente de una de las dinastías reales más antiguas de la isla.
Desde el primer instante, hubo una conexión profunda, magnética, innegable. A pesar de sus diferencias culturales, religiosas y de origen, el amor habló un lenguaje que ambos comprendían. Sin embargo, su amor estaba lejos de ser fácil. La familia real se opuso con fuerza a la relación con una mujer “occidental”, pero el príncipe se mantuvo firme, y Jane, con valentía en el corazón, decidió desafiar al mundo para estar a su lado.
Antes de la boda, Jane fue invitada a participar en rituales reales sagrados, tradiciones que apenas podía comprender. Su cabello fue completamente rapado, incluso sus cejas, símbolo de la muerte de su antiguo yo y el nacimiento de un alma nueva. Recibió un nombre real: Princesa Jero Asri Kerthyasa. Desde ese momento, ya no era Jane de Sídney —había renacido en otro mundo.
Pero el cuento de hadas pronto se encontró con la realidad.
El palacio no era el sueño dorado que había imaginado.
No había electricidad para iluminar la noche.
No había agua corriente ni teléfono para llamar a su familia.
Ni siquiera podía salir del palacio sin permiso.
Las murallas reales se convirtieron en su jaula dorada.
Con el paso de los meses, el peso de la tradición se volvió más duro de soportar. Por costumbre, el príncipe debía tener múltiples esposas, y Jane —ahora la princesa Jero— debía aceptarlo en silencio. Era una extraña no solo en una tierra extranjera, sino también en un modo de vida regido por reglas más antiguas que la memoria.
Luego llegó la adversidad. El nombre real no pudo protegerlos de la ruina económica. El palacio, antes símbolo de estatus, no ofrecía consuelo cuando el dinero se agotó. Con el corazón pesado, tomaron una decisión valiente: abandonaron Bali y se mudaron a Sídney, comenzando desde cero.
Allí, el príncipe —un hombre nacido en la nobleza— trabajó como jardinero y, a veces, como mesero, haciendo lo que fuera necesario para mantener a su familia. Y aunque vivían con modestia, su pequeño hogar estaba lleno de algo mucho más valioso que el oro: amor, lealtad y una fuerza silenciosa.
Pasaron los años, y su vínculo resistió todas las pruebas. Criaron hijos, construyeron una vida y, finalmente, regresaron a Bali —no como un príncipe y su esposa extranjera, sino como dos almas que habían sobrevivido las tormentas de dos mundos.
Hoy, más de 45 años después, siguen juntos. Su historia se ha convertido en algo más que un relato romántico: es una leyenda viva. Una historia de dos personas que desafiaron las fronteras de la cultura, la fe y la clase; que demostraron que el amor verdadero no tiene que ver con coronas ni castillos, sino con el coraje de quedarse cuando el mundo te dice que no debes.
Jane Gillespie, la joven que se convirtió en la Princesa Jero Asri Kerthyasa, sigue siendo un símbolo del amor que conquistó la tradición, el tiempo y todas las barreras que se interponen entre los corazones.