Hoy, en el Broadview ICE Processing Center, un centro de detención a las afueras de Chicago conocido por procesar deportaciones en silencio, un hombre llegó corriendo buscando a su esposa.
Llevan cinco años casados.
Habían acudido juntos a su cita legal de inmigración.
Estaban haciendo todo como el Estado les pidió.
En mitad del trámite, agentes de ICE la llamaron a “otra sala”.
No volvió.
Él rastreó su teléfono hasta Broadview.
Allí, la señal se apagó.
Preguntó a la policía.
¿La respuesta?
“Busque su nombre en internet. Si aparece, es que está detenida.”
Eso fue todo.
Ninguna explicación.
Ningún número.
Ningún abogado.
Ningún derecho.
Se quedó sentado en el aparcamiento, con la cabeza entre las manos, llorando frente a un edificio sin ventanas que se ha usado durante años para desaparecer personas como si fueran paquetes.
Esto no es “proceso legal”.
Esto es una desaparición forzada con sellos y formularios.
Esto es lo que pasa cuando un Estado decide que un ser humano puede dejar de existir entre una puerta y otra.