El "wokismo" no es marxismo, sino una ideología que, aunque toma elementos del marxismo y el leninismo, como el colectivismo, el pensamiento único, el estatismo, la coacción y/o represión del disidente, el "Woke" aparenta ser crítico hacia el "statu quo" pero en realidad sirve a la oligarquía globalista que lo controla. Mientras que el marxismo prioriza la lucha de clases basada en la economía, el "wokismo" coloca lo cultural y subjetivo en el centro, subordinando lo económico a las dinámicas de poder cultural. Sus raíces intelectuales se encuentran en la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, particularmente en figuras como Antonio Gramsci, Max Horkheimer y Herbert Marcuse, quienes realizaron un revisionismo de raíz liberal hacia una preminencia del factor cultural sobre el material economicista de Marx, y en la Ideología de Género, que cuestiona las construcciones sociales de género.
Esta ideología se caracteriza por un nominalismo extremo, que niega la existencia de una realidad objetiva y sostiene que las cosas son como se nombran o perciben, lo cual la aleja del materialismo dialéctico marxista. Por ejemplo, la Teoría Crítica, según Horkheimer, busca reflexionar críticamente sobre las condiciones sociales que dan lugar a las teorías, pero el "wokismo" lleva esto a un extremo donde la realidad se fragmenta en identidades y narrativas subjetivas, priorizando la percepción por encima de los hechos. Esto ha generado una putrefacción intelectual y moral, según críticos como Nathalie Heinich, quien describe el "wokismo" como una forma de pensamiento que concibe toda relación social como una manifestación de poder, con el objetivo de visibilizar y combatir la opresión.
El "wokismo" no solo invierte las prioridades marxistas, sino que también cambia el sujeto revolucionario. Mientras que el marxismo centraba su lucha en el proletariado, el "wokismo" focaliza su atención en colectivos como los LGTBQ+, "racializados", "mujeres explotadas por el heteropatriarcado" y otros grupos marginalizados, según una lógica de interseccionalidad que combina múltiples ejes de opresión. Sin embargo, este cambio no implica una confrontación con el capital, como en el marxismo, sino una alianza con él. Las oligarquías globalistas, representadas por el Gran Capital, utilizan el "wokismo" para desviar las energías del pueblo hacia reivindicaciones culturales y sociales que no afectan sus intereses económicos, mientras que los problemas reales, como la desigualdad económica sistémica, quedan en segundo plano. Esto se alinea con la crítica de Gramsci sobre la hegemonía cultural, pero el "wokismo" la utiliza para mantener, rather than subvert, the status quo.
Además, el "wokismo" promueve una cultura de la cancelación, donde cualquier disenso es reprimido, reflejando una tendencia totalitaria que Horkheimer y Adorno ya advertían en "Dialéctica de la Ilustración" sobre los peligros de la razón instrumental cuando se absolutiza. Esta represión del disidente, combinada con un estatismo que busca imponer políticas de discriminación positiva, choca con principios universalistas y meritocráticos, generando tensiones dentro de la izquierda tradicional, como señala Heinich en su ensayo. Otro elemento clave es la centralización del poder, similar al leninismo, donde el Estado o las instituciones se convierten en herramientas para imponer la ideología única solo que ahora es la visión "woke" la impuesta.
En conclusión, el "wokismo" es una derivación del liberalismo que, al igual que el comunismo, huele a sangre, pero en este caso, huele a mierda, por su falta de rigor intelectual y su servicio a intereses que no benefician al pueblo. Su impacto en la política y la cultura occidental, particularmente en Estados Unidos y Europa ha sido y es altamente destructivo.