¡HAY QUE SER VIOLENTOS!
En general, el católico actual está formado o deformado para ser, según la expresión del padre Osvaldo Lira, un gazapo, o sea, un «conejo joven cobarde». El irenismo, la mojigatería y la impostura de una falsa beatería no hacen más que debilitar las filas de la milicia cristiana, desautorizando injustificadamente cualquier tipo de apologética o de justa confrontación.
Se repite ad nauseam que todas las ideas y todos los ideólogos, por deletéreos que sean, son respetables y que debemos ser mansos con ellos, tratándolos siempre con exquisita amabilidad y suavidad, porque ―se dice― el cristianismo sería incompatible con la violencia; esto es completamente falso e incluso dañino para el bien común de la Iglesia.
¡Hay que ser violentos, como Jesucristo fue violento!
Para los fariseos y maestros de la Ley, las obras Cristo eran tremendamente violentas, porque, sin duda alguna, Él quería que lo fuesen, prueba de ello es que, pese a que la semana tiene siente días, procuraba realizar las curaciones milagrosas en sábado, precisamente para violentar y sulfurar a las víboras de su época. Nuestro Señor, además, empleó la fuerza física para expulsar violentamente a los mercaderes del Templo. Su doctrina no era menos incómoda y violenta, llegando incluso al extremo de proferir graves insultos. En efecto, Jesucristo, quien, como principio, nos mandó ser mansos, también nos dio ejemplo en el arte del insulto. De sus labios sólo pueden salir palabras santas y salvadoras. Así pues, no sólo fueron santas sus palabras amables y agradables al oído, sino también todas las increpaciones que lanzó en contra de los escribas y fariseos: hipócritas, guías ciegos, insensatos, necios, llenos de robo e injusticia, sepulcros blanqueados, llenos de huesos muertos e inmundicia, serpientes, generación de víboras, etc. (cf. Mt 23).
Que la violencia sea pecado depende primordialmente de la intención y la finalidad; no lo es cuando se emplea para proteger el bien común en contra de aquellos que ofenden a Dios, promocionan la inmoralidad en la sociedad, enseñan ponzoñosas doctrinas o causan graves crímenes y calamidades públicas. Del mismo modo, debería expulsarse enérgicamente de la Iglesia, como lo hizo Cristo en el Templo, a todos aquellos sujetos abyectos que esparcen sus herejías o adoptan los errores y perversiones del mundo. Hoy los nuevos mercaderes, iluminados y dirigidos por sus propios popes (!), están infiltrados en la Iglesia, caracterizándose por estar marcados por ideologías deletéreas: wokistas, liberales, libertarios, comunistas, ecofanáticos, feministas radicales, democratistas, sincretistas, etc.
Ante los ataques de los enemigos de Cristo y su doctrina, bien sean éstos internos o externos, tenemos la obligación de dar la otra mejilla, cierto, pero entendiendo esta expresión en su sentido más propio y exacto, a saber, mantener una actitud desafiante y de resistencia, y no como estúpidamente lo comprenden los gazapos de hoy en día, los cuales, debido a su pusilanimidad y ñoñería, terminan dando la mejilla de los demás; su falsa humildad provoca siempre la humillación de la Iglesia y de la Verdad que ella custodia.
Por otra parte, la imagen de un Jesús melifluo, omitiendo sus duras advertencias y sus referencias al juicio o al infierno, dista mucho de la realidad; es claramente una impúdica deformación. Jesucristo y, por extensión, los miembros de su Cuerpo místico, debemos ser, en el mundo, signo de contradicción y, por ende, la doctrina católica debe generar necesariamente rechazo entre los que promueven, en el exterior, el furor antidivino y los que, en el interior, pretenden destruir las esencias del catolicismo. No sin razón, Nuestro Señor Jesucristo asevera que no ha venido a traer la paz al mundo, sino la espada, o sea, el conflicto (cf. Mt 10, 34). En cuanto a nosotros, no olviden ustedes que Cristo no nos mandó ser miel de la tierra, sino sal (cf. Mt 5, 13).
En fin, más importante que los respetos humanos es la salvación de las almas. Defendamos, pues, nuestra fe, pero no agazapados, sino atacando gallardamente no sólo los errores del mundo, sino también a sus ideólogos ―algunos de ellos con alzacuellos―, porque las ideas no se sostienen solas. Al respecto, lean esta cita del padre Sardá y Salvany:
«Las ideas malas han de ser combatidas y desautorizadas, se las ha de hacer aborrecibles y despreciables y detestables a la multitud, a la que intentan embaucar y seducir. Mas da la casualidad de que las ideas no se sostienen por sí propias en el aire, ni por sí propias se difunden y propagan, ni por sí propias hacen todo el daño a la sociedad. [...] Soldados con armas de envenenados proyectiles son los autores y propagandistas de heréticas doctrinas; sus armas son el libro, el periódico, la arenga pública, la influencia personal. [...] Así, conviene desautorizar y desacreditar el libro, periódico o discurso; y no sólo esto, sino desautorizar y desacreditar en algunos casos su persona. Sí, su persona, que este es el elemento principal del combate, como el artillero es el elemento principal de la artillería, no la bomba ni la pólvora ni el cañón» (Félix Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado, Barcelona: Librería y Tipográfica Católica, 1887, pp. 89-90).
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Imagen ilustrativa: Cristo expulsando a los mercaderes del Templo (Giovanni Francesco Barbieri, 1610).