El mito de Lorca
La tragedia de Federico García Lorca no necesita simplificaciones. Fue víctima de su tiempo, de sus pasiones, de rencillas familiares y de una España fracturada donde hasta la derecha se mataba entre sí.
Reducirlo a una víctima del fascismo es ignorar al hombre, su libertad y las sombras reales de su historia.
La investigación, desde Manuel Ayllón a Miguel Caballero, demuestra que su muerte no fue un crimen político al uso. Los hechos son más complejos y humanos:
- Federico García Lorca no militó en ningún partido. Nunca tuvo carné ni del PSOE, ni del PCE, ni de Falange. Firmó un manifiesto prosoviético en 1933, pero también fue protegido por falangistas granadinos como la familia Rosales y mantuvo buena relación con José Antonio Primo de Rivera.
- Celebró la República, pero no era comunista. Fue amigo del socialista y krausista Fernando de los Ríos, mentor de la Institución Libre de Enseñanza, pero rechazó asistir al funeral de Máximo Gorki y llegó a decir: «Pertenezco al partido de los pobres, pero de los pobres buenos».
- Regresó a Granada huyendo del clima de violencia en Madrid. Sabía que en la capital ya habían sido asesinados escritores y profesores como Muñoz Seca, Rufino Blanco Sánchez o Álvaro López Núñez. Temía, con razón, que la represión de los milicianos socialistas terminara por alcanzarle. Granada, pensaba, sería un refugio. No imaginaba que allí encontraría su final.
- La causa de su muerte fue personal y familiar. Su obra La casa de Bernarda Alba caricaturizaba a parientes directos, revelando secretos íntimos y rencillas heredadas. Primos suyos, vinculados a Acción Popular (CEDA), lo denunciaron a los militares sublevados acusándolo de espía.
- La derecha local estaba dividida. En la Granada de 1936, Falange y CEDA se disputaban el poder. Lorca se refugió en casa de los Rosales, falangistas amigos suyos, pero la denuncia de Acción Popular lo dejó indefenso. El exdiputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso, padre de las actrices Emma Penella y Terele Pávez, encabezó la detención el 16 de agosto en la casa de los Rosales. Estos intentaron impedirlo, sin éxito.
- Lorca no cayó por sus ideas, sino por un nudo de venganzas, rivalidades y traiciones. Fue víctima de una vendetta familiar aprovechada en medio del caos, en una ciudad donde el orden se disolvía entre fusilamientos improvisados y purgas internas dentro del propio bando sublevado.
- El mito del mártir político vino después. Décadas más tarde, su muerte fue instrumentalizada por la izquierda para convertirlo en emblema del antifascismo y por el Estado democrático como símbolo cultural neutro, domesticado y rentable. La complejidad del hombre fue sacrificada en el altar del relato.
La verdad incómoda
Paradójicamente, la propia familia de Lorca es hoy la primera interesada en que el cuerpo del poeta siga desaparecido. La Fundación Federico García Lorca, presidida por sus descendientes, gestiona cuantiosas subvenciones públicas y patrocinios privados que se justifican, en buena medida, sobre la base del misterio de sus restos.
En 2016, el investigador Manuel Ayllón localizó huesos que podrían pertenecer al poeta, pero la familia se niega a autorizar las pruebas de ADN. Si se confirmara su identidad, el mito del poeta perdido se derrumbaría y con él un negocio millonario construido sobre su ausencia.
Resulta irónico que quienes enarbolan su memoria sean, precisamente, quienes más se benefician de que Lorca permanezca sin tumba reconocida.
La memoria de la historia
La verdad histórica es incómoda porque no cabe en tópicos ideológicos. Lorca fue un genio, no un santo. Fue un hombre libre, no una bandera ni de unos ni de otros.
Si queremos enseñar bien a los jóvenes, más que repetir dogmas, debemos mostrarles toda la historia, con sus claroscuros, sus pasiones y sus miserias.
Solo entonces entenderán que la tragedia de Lorca no pertenece a un bando, sino a toda una nación que se fusiló a sí misma.