Que Amancio Ortega acumule una fortuna de casi 110.000 millones de euros y represente él solo el 42% de la riqueza de las 100 personas más ricas de España no es solo una curiosidad económica. Es un síntoma político.
Desde una mirada republicana, la libertad no se define por la ausencia de interferencia (más propia del liberalismo), sino por la ausencia de dominación. Y cuando el poder económico se concentra en tan pocas manos, la libertad de la mayoría se erosiona. No porque esas personas “abusen” necesariamente de su poder, sino porque simplemente lo tienen. Y quien depende de la benevolencia de otra persona para vivir, no es un ciudadano libre. No puede vivir sin permiso.
En este sentido, la renta máxima —un límite razonable a la acumulación privada de riqueza— no es una locura igualitarista. Es, sencillamente, una medida de autodefensa democrática. De defensa de la democracia. Porque, así como establecemos límites al poder político, también deberíamos hacerlo con el poder económico. Y es que no hay libertad cuando una minoría posee los medios de influencia, de producción y de decisión que afectan a toda la ciudadanía.
El propio informe de Forbes muestra algo interesante que debemos tener en cuenta. Las mayores fortunas españolas provienen de sectores del siglo XX. Apenas hay innovación, ni relevo generacional. Es decir, no se está premiando el talento o el riesgo, sino perpetuando la concentración patrimonial de una economía envejecida. Mientras tanto, millones de personas jóvenes encadenan precariedad, alquileres imposibles y trabajos sin horizonte. La desigualdad no es un daño colateral. No. La desigualdad es el resultado lógico de un sistema que premia la acumulación y penaliza la cooperación.
La república —entendida como comunidad de personas libres e iguales— no puede florecer en un terreno tan desigual. Y si no somos capaces de limitar la riqueza extrema, acabaremos por normalizar la servidumbre voluntaria.
*Disclaimer! No se trata de demonizar a nadie, sino de recordar algo esencial: La concentración de riqueza es una amenaza estructural a la libertad de todas. Y en una república digna de ese nombre, la libertad no se hereda. La libertad se protege colectivamente.