Carta al cielo, para mi hija.
Hija mía,
mi niña de 25 años eternos,
mi pedazo de vida que el destino arrancó del mundo demasiado pronto.
Todavía me despierto a veces esperando oír tu voz,
ese “hola, papá” que era mi hogar,
y luego el silencio me recuerda
que el tiempo se detuvo el día que tú partiste.
Soy —como tantas veces lo digo—
el hombre más pobre del mundo.
No por falta de pan o techo,
sino porque me falta lo único que daba sentido a todo: tú.
Nada hay más vacío que un padre sin su hija,
nada más inmenso que el amor que sigue
aunque la muerte lo intente borrar.
He llorado en silencio,
he gritado sin voz en las noches más largas,
he buscado consuelo en las estrellas
pensando que alguna de ellas eres tú,
brillando para que no me pierda del todo.
Y en medio de mi derrota,
he comprendido que no soy un fracasado,
que mi pobreza es solo la medida del amor que te tuve,
y que sigo teniendo.
Por ti, hija mía, he decidido mirar la vida de frente.
Aunque duela, aunque cada paso pese,
caminaré erguido,
porque no puedo permitir que tu luz se apague conmigo.
Seguiré luchando por los que sufren,
por los que nadie escucha,
por los necesitados que aún creen que hay bondad en este mundo.
Porque si algo me enseñaste,
fue a ser mejor,
a tender la mano,
a no rendirme ante la injusticia.
Cada gesto de bien que haga llevará tu nombre,
cada lágrima que seque será un beso que te envío,
cada sonrisa que logre despertar en otro rostro
será mi forma de volver a abrazarte.
No sé cuánto me queda en este camino,
pero cuando llegue mi hora,
cuando mis ojos se cierren al fin,
quiero que me esperes con los brazos abiertos,
como aquel día que me recibías al volver a casa.
Entonces ya no habrá dolor, ni distancia, ni ausencia.
Solo tú y yo, otra vez,
padre e hija,
reunidos en un lugar donde nada nos separe.
Hasta entonces,
viviré por ti,
honraré tu memoria con actos, no con palabras,
y haré del amor que me dejaste
la bandera que me sostenga frente al mundo.
Te amo más allá del tiempo,
más allá de la vida,
más allá del dolor.
Eres mi hija, mi orgullo, mi razón,
mi cielo en la tierra rota.
Tu padre,
el que te busca en el viento,
y te encuentra —siempre— en su corazón.